Vivimos al límite en la mayoría de momentos de nuestro día, desde bien temprano es habitual ir con el acelerador puesto, si tienes hijos, indistintamente del número, sabes de que te hablo.

La preparación matutina para salir de casa es lo más parecido a un juego de contrarreloj en el que sabes que debes sacrificar algo para finalizar a la hora marcada, carreras, desayunos sin terminar, cuadernos que deben estar en la mochila y no aparecen, tarea que se olvida, zapatos que “han sido secuestrados” por algo o alguien que se niega a que lo encontremos y ,si ya hay niños más pequeños, quien no ha sufrido el percance de ultima hora, cuando ya parece que lo consigues, tienes las llaves en la mano, la puerta abierta y……. si, hay que cambiar un pañal o toda una ropa. Quizás en ese momento no te lo tomas tan mal, respiras y sigues adelante.

Luego el día sigue parecido, semáforos que conspiran en tu contra, imprevistos en el trabajo que hacen que todo se tuerza, situaciones que nos desvían de la ruta del día y de repente, ya es hora de recoger a los niños del colegio y comienza entonces la segunda parte, tareas, meriendas, extraescolares, lleva, trae, deja al niño con, recoge al niño de, baños, cenas, preparación de la comida del día siguiente, unido a asuntos pendientes, recados, compras, llamadas, en fin, que solo de escribirlo me estreso y, de repente, sin saber como, un gesto, un grito, una pelea entre hermanos o cualquier cosa y…… ¡PUM!, explotas.

Igual el primer pensamiento sea, mucho he tardado hoy en llegar a que la tensa cuerda se rompa y tal vez pienses que solo te pasa a ti, pero, te digo ,que es lo más común del mundo, y no, tus hijos no se esfuerzan para intentar estropearte la vida ni tu organización, ellos solo tienen su ritmo, que en muchas ocasiones es el que nosotros seamos capaces de marcar, y en muchas ocasiones es mayor que el que pueden o deben soportar.

Y pensaras, muy bien, me doy cuenta pero… ¿Qué puedo hacer al respecto? Si llegas a este punto estas en el buen camino, así que tranquilidad, no está todo perdido. Os recomendamos un par de técnicas que a nosotros nos viene muy bien, lógicamente no son infalibles, pero, en la medida en la que las perfeccionéis y utilicéis, poco a poco esos momentos de tensión sabréis gestionarlos de mejor forma.

La primera de ellas es reflexionar, es muy importante ser totalmente sinceros con nosotros mismos en este sentido, se trata de pararnos un momento y preguntarnos….. ¿nos organizamos bien o podríamos mejorarlo? Debemos pensar si intentamos abarcar más de lo que podemos, si nuestros hijos tienen más actividades de la cuenta o si el tiempo que pasamos con ellos es de calidad.

Para ello, sería bueno hacerlo conjuntamente, papá y mamá, como cuando se toman esas decisiones importantes de la vida, ya que esta lo es.

La mayoría de las rabietas, enfados y retos que nuestros hijos nos ofrecen en la última parte del día suelen tener un elemento común, el cansancio, ese mismo cansancio que a ti y a mi nos hace explotar, y mucho hemos aguantado, si desde bien temprano ya vamos con el acelerador.

Quizás sea conveniente reestructurar vuestro día, establecer otra organización. u otro orden de prioridades, descargar algunas actividades o pasar más tiempo realizando otras en casa.

La segunda, y no menos importante, es un ejercicio de autoconocimiento, se trata de intentar llegar al fondo de nuestro enfado, ¿porqué me altera tanto esa conducta de mi hijo/a? Las mayoría de las veces, no toleramos bien ciertos comportamientos, desorden, gritos, palabras y sin embrago, pasamos por alto otros como dejadez, “manchas” o conflictos, que, a nuestra pareja si le pueden llegar a hacer ese clic por el cual “explotamos”.

Muchas veces, nuestros impulsos obedecen a cuestiones estrictamente personales, párate y descubre porqué eso te hace “saltar”, descubriendo el origen podremos trabajarlo mucho mejor, no tengáis miedo de conoceros.

Con estas dos técnicas, sin duda, podréis tener un mayor control y gestionar mejor los momentos del día de mayor tensión.

Escuela de Familia García

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